Poesía

El flaco arbitrio de la soledad.

Hermanado con todas las fricciones del azar,
he sido contra todo pronóstico el hijo único;
hubiera preferido alguna argolla para mi cuello
antes de aceptar la desolación de mi cabeza
y transformar la veleidad en sutil balanza de mi peso.

Hubiera preferido algún grillete, alguna cadena,
complicar entre mis sienes la prohibición,
ver con cara libertad el reconocible robo de lo mío,
sentir la recurrente afrenta de la existencia
junto con la lucha efervescente en mis venas de un motivo,
la mundana convergencia por la que notar el mundo
batirse contra los pliegues de mi mano
al cerrarla con toda su injusticia en vivificante puño.

Hermanado con todas las fricciones del azar,
me faltaron los hermanos de mis márgenes
que susurraran al oído la advertencia de quedarse
en hojas despojadas de su rama, en cualquier otoño,
como una parte más del viento que a todos nos lleva,
sin soplo propio, sin aliento, sin coraje
con que impedir la moratoria de mi pertinencia,
la mordaza de mi boca, el rapto de mis pasos en su acera.

Hermanado con la voluntad de los insectos,
no pude surcar la vislumbre del cielo con las aves,
la tierra me arrastró con sus fauces
como una presa a la voracidad de sus féretros;
he sido el hombre uncido al final del camino,
el loco transitar por el vasto arbitrio
de prematuras complacencias a la sombra del señuelo.

Si hubiera visto mis ataduras salir al alba,
habría tenido en cada nudo un pajarillo por el que morir,
y no la muerte rivalizando con su vida arrebatada.