Poesía

El odio entre los huesos.

No le faltan los órganos a este engendro que te regurgita,
cada vez que una boca abre tu nombre y sales a la amargura
para que te pronuncien las horas de los días quebrados
por los que tropiezo; no le faltan los órganos a este cuerpo
que evoca tus huesos en los míos, tu saliva en el asco
de esa risa apretada entre tus sucios dientes, tus excusas
de animal abandonado a la puerta del tugurio, cerrado
por todas las putas de tu imaginario sudado y maloliente.

No le faltan órganos para que llegues al hígado, al intestino,
al corazón incluso, y bajo su égida vuelvas a intoxicarme,
y a latirme con la sangre de la arcada que me duele,
con el llanto de la mujer deshecha bajo tu tornillo
que te ha convertido en el patriarca de la creación hiriente,
el mecenas del estiércol en el arte de morir entre las flores,
humus de tus restos al que no le faltan órganos de tu muerte.

El odio, si no se toca, se convierte en adulto y se emancipa.
No le faltan órganos al odio para resistir, aunque yo no quiera.

No le faltan órganos a la enfermedad de haber sido mi padre.